"Fue así como fabricó a los hombres. Tomó un terrón y se dijo:
'Quiero hacer un hombre, pero como es preciso que pueda caminar, correr, andar
por los campos, le daré dos piernas largas como las de un flamenco'. Hízolo, y
tornó a decirse: 'Es preciso que este hombre pueda cultivar su mijo; le daré
entonces dos brazos, uno para sostener la azada y el otro para arrancar la mala
hierba'. Y le dio dos brazos. Tornó a reflexionar: 'A fin de que pueda ver su
mijo, le daré dos ojos'. Y dos ojos le dio. Enseguida meditó: 'Es preciso que
el hombre pueda comer su mijo; le daré una boca'. Y le dio una boca. Tras lo
cual, tornó a meditar: 'Es preciso que el hombre pueda bailar, hablar, cantar y
gritar; para ello le hace falta una lengua'. Y le dio una. Por fin, la
divinidad se dijo: 'Es preciso que este hombre pueda oír el ruido del baile y
la palabra de los grandes hombres; y para ello le hacen falta dos orejas'. De
este modo envió al mundo un hombre perfecto". J. G. Frazer, Les
dieux du ciel, Rieder, pág.357.
"Y dijo Dios: 'Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como
semejanza[1]
nuestra, y mande en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las
bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean
por la tierra'".
"Creó, pues. Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios
le creó, macho y hembra los creó".
Deslizamientos semánticos
Las
dos fuentes de los conceptos psicoanalíticos son la práctica psicoanalítica,
por una parte, y por la otra el horizonte epistemológico. Los conceptos
psicoanalíticos, una vez adoptados, modifican la escucha del psicoanalista, lo
que a su vez lleva a replantear los instrumentos teóricos del psicoanálisis. En
el caso del narcisismo, quizás en mayor medida que de cualquier otro concepto.
Freud lo creó bajo presiones diversas. A lo largo de su obra, una certidumbre
inquebrantable sostiene sus pasos: la sexualidad. Pero esa certidumbre lleva
consigo esta otra, no menos segura: un factor antisexual funda la
conflictualidad que habita el aparato psíquico. Será el papel asignado al
comienzo a las pulsiones llamadas de autoconservación. Atribuirles ese papel no
demandaba de Freud un gran esfuerzo de originalidad. Porque para él lo más
urgente era consagrar por entero su atención a lo que había sido ocultado, y
con tanta obstinación: lo sexual. Por eso bastaba en un primer momento poner,
aunque fuera provisionalmente, el polo opuesto, la autoconservación, dando por
supuesto que después se lo podría cambiar. Evidentemente, Freud se vio obligado
a ello, en la misma medida, por los obstáculos nacidos de la experiencia y por
las críticas de los oponentes, tanto de adentro como de afuera. Entre aquellos,
pero en primer lugar, es preciso mencionar a Jung, que se interesaba por la
demencia precoz. El yo, que se había dejado a la espera de su elaboración
teórica, pasaría al primer plano. Pero las definiciones que Freud había dado
del yo desde el "Proyecto" (1895) permitían prever que sus
investiduras habrían de ser específicas y de origen endógeno.
"Esta organización se llama el 'yo, y se la puede figurar
fácilmente si se reflexiona en que la recepción, repetida con regularidad, de Q± endógenas en
neuronas definidas (del núcleo), y el efecto facilitador que de ahí parte,
darán por resultado un grupo de neuronas que está constantemente investido, y
por tanto corresponde al portador del reservorio requerido por la función
secundaria".[2]
Es cierto que Freud apunta aquí sobre todo a la función secundaria, pero ya se
enuncia la idea de una investidura particular, una suerte de reserva energética
propia del yo. Lo atestigua la frase final de la carta n° 125, a Fliess. donde
Freud se interroga, sin ir más adelante, sobre las relaciones entre el
autoerotismo y el "yo" originario. Recordemos que Freud formulará la
hipótesis del narcisismo por el rodeo de las perturbaciones psicógenas de la
visión (1910). Pero ya la segunda edición de Tres ensayos deja ver la
atención que se dispone a dispensar al problema. El trabajo sobre Leonardo, que
data de la misma época, menciona explícitamente el mito de Narciso, (SE, 11,
pág. 100 [AE, 11, pág. 93]).[3] Observemos, desde ahora,
que tanto la oposición entre dos tipos de elección de objeto como el material
que justifica la introducción del narcisismo se ligan con la mirada: conflicto
de Leonardo entre su actividad de pintor, ligada a la escopofilia, y su
extraordinaria curiosidad intelectual, que deriva de la epistemofilia, que por
su parte es retoño de la anterior. La mirada de la Gioconda tendría entonces
muy otra importancia que el buitre engañoso (del que por otra parte no fue
Freud el descubridor). Los ojos de Argos lo siguen a uno dondequiera, de lo
alto de la tenebrosa sonrisa. No es entonces casual que, vuelto al terreno más
serio (y aun al más serio, puesto que se trata de medicina ocular) de la
clínica, Freud se valga otra vez de la visión para introducir la idea de una
investidura libidinal de las pulsiones llamadas de autoconservación. Pero hasta
que ese momento llegue permaneceremos en las aguas conocidas del complejo de
castración.
"La
perturbación psicógena de la visión"[4] proporcionó a Freud un
consuelo tardío por haber fallado en el descubrimiento de la cocaína. -Pero si
la mirada dirige sus rayos hacia el mundo exterior y se puede libidinizar hasta
no ver ya nada en la ceguera histérica, se debe a que es víctima de una
erotización excesiva. Se vuelve hacia adentro, donde otras aventuras la
esperan. Hasta hoy reconocemos la validez de la relación que Freud estableció
entre escopofilia y epistemofilia, de las que la segunda supone la erotización
de los procesos de pensamiento. Por eso me decido a sostener que el texto
precursor más ignorado sobre el narcisismo es "El Hombre de las
Ratas" (1909). Lo habitual es citar a Tótem y tabú (1913) acerca de
las relaciones entre el narcisismo y la omnipotencia del pensamiento. Pero
cuando se procede de ese modo se olvida que todo cuanto Freud dice sobre este
último lo descubrió por el análisis del Hombre de las Ratas. Me parece que se
podría haber caído en la cuenta de ello cuando Freud. En las últimas líneas de
su ensayo, se refiere a una triple organización psíquica: una inconciente y dos
preconcientes. La tercera de esas organizaciones muestra al paciente
"supersticioso y ascético" (las bastardillas son nuestras), y
Freud llega a sostener que la evolución espontánea de la enfermedad habría
tenido por consecuencia una invasión progresiva de toda la personalidad por esta
tercera instancia.
Freud,
que había partido de la mirada, anuda el narcisismo al dominio de lo invisible.
Pero las dificultades teóricas están presentes desde el comienzo. ¿De qué se
había tratado hasta ese momento? De la investidura del yo, en circuito cerrado;
del yo originario en sus relaciones con el autoerotismo, anuncio de un
narcisismo primario que se engendrará en la teoría; además, de la elección de
objeto autoerótico, que es secundaria respecto de la represión. Leemos en el
trabajo sobre Leonardo:
"El
muchacho reprime su amor por la madre poniéndose él mismo en el lugar de ella,
identificándose con la madre y tomando a su persona propia como el modelo a
semejanza del cual escoge sus nuevos objetos de amor" (SE, 11, pág.
100 [AE, 11, pág. 93]). Se apoya, entonces, en el amor que la madre le
tenía, para amar a los muchachos como ella lo amaba, muchachos que le evocan su
propia imagen, en tanto que él pasa a ocupar el lugar de la madre.
"Decimos que halla sus objetos de amor por la vía del narcisismo, pues la
saga griega menciona a un joven Narciso a quien nada agradaba tanto como su
propia imagen reflejada en el espejo y fue trasformado en la bella flor de ese
nombre".
Paréntesis: Freud forja un neologismo, Narzissmus, por razones
de eufonía. .. narcisista.[5] Pasa de la imagen de sí
como objeto de amor a la flor de la resurrección, y omite citar el momento
narcisista por excelencia, la fusión del objeto y de su imagen en el elemento
líquido, fascinante, mortífero y regresivo hasta el pre-nacimiento. Pre-nacimiento,
pos-nacimiento: narcisismo originario que es aquí literalmente escotomizado en
favor de la seducción de la apariencia, de la forma bella en la búsqueda del
doble, que nunca será un complemento sino un duplicado. Pero esto es todavía
demasiado simple. Freud persigue su desarrollo en Leonardo, ese curioso Narciso
a quien fascinaban mucho más la forma del Otro y los enigmas del Mundo que su
imagen (son escasos los autorretratos, si lo comparamos con Rembrandt; es
cierto que este es posterior). Señala entonces que, si en efecto persigue con
sus asiduidades a los efebos, esta apariencia engañosa nos enmascara su amor
indeleble, inconmovible, incomparable hacia su madre. Desde ese momento, Freud
nos permite predecir que el narcisismo ha de ser en sí apariencia, y detrás se
ocultará siempre la sombra del objeto invisible.
En el
punto de partida es el modelo de la perversión el que justifica la innovación
teórica de "Introducción del narcisismo" (1914). Es un llamado al
orden para los que están seducidos por la sirena junguiana del
"fuera-de-sexo". No; la sexualidad está siempre presente y, si hay
algo no sexual en el amor propio, es preciso meterse bien en la cabeza que el
amor propio del adulto tiene su raíz en el amor de que el niño se apropia en su
beneficio, quitado de los objetos. El razonamiento freudiano es aquí
prototípico. Atribuyámosle este discurso:
1. Hay perversos que
aman a su cuerpo como se ama el cuerpo del Otro. No soy yo quien lo afirma; lo
dijo en 1899 Näcke, que no era psicoanalista y por lo tanto no es sospechoso de
hacer una descripción clínica tendenciosa.
2. Si se presenta
perversión en el adulto es porque hay fijación en uno de los rasgos de la
constelación de la perversión polimorfa del niño.
3. Si un rasgo puede
ser tan atractivo que monopolice el conjunto de la libido, se lo debe separar e
introducir en la teoría como concepto susceptible de esclarecer de manera mucho
más general el destino de las pulsiones. Por otra parte, ¿acaso la sublimación
no exige una neutralización así, y por lo tanto una aparente desexualización?
Observemos
que el tipo de conflicto a que Freud se refirió en "La perturbación
psicógena de la visión", lejos de indicar la existencia de un factor no
libidinal en el yo, en el ejercicio de sus funciones somáticas, atestigua por
el contrario un desborde de la libido sobre el yo, una invasión de este por
aquella. También los ataques histéricos habían revelado parecida invasión, en
este caso a la esfera motriz, por la vía de la conversión. La omnipotencia del
pensamiento, del obsesivo, pone de manifiesto la sexualización del pensamiento.
Mientras más reflexionaba Freud, más inaceptables le parecían los argumentos de
Jung. No cedería en nada, sino que radicalizaría la sexualidad y anexaría el
yo. Tras esa operación, la libido estará dondequiera, aun en los repliegues más
profundos del cuerpo orgánico: en la cavidad de la muela enferma, en el órgano
interior que atarea al hipocondríaco, o en cualquier otra parte. El conflicto
cambia de protagonistas: ahora opone el objeto y el yo, y remite a una
problemática esencialmente distribucionista; económica, en consecuencia: tanto
para el yo, tanto para el objeto. Cuestión de inversión-investidura, para
equilibrar el presupuesto de los ministerios del Interior y de Relaciones Exteriores.
GREEN, André.
Narcisismo de vida, narcisismo de muerte,
Buenos Aires, Amorrortu, 1999, p. 30-34
[1] "Semejanza" atenúa el sentido de "imagen"
porque excluye la paridad. El término concreto "imagen" denota una
similitud física como la que hay entre Adán y su hijo (Génesis, 5, 3).
Además, supone una similitud general de naturaleza: inteligencia, voluntad,
poderío; el hombre es una persona. Y prepara una revelación más alta: habrá
participación de naturaleza, en virtud de la gracia. (La cita del epígrafe es
del Génesis, I, 26, 7, Biblia de Jerusalén, Desclée de Brouwer.)
[2] S. Freud, "Esquisse d'une psychologie scientifique", en
Naissance de la psychanalyse, P.U.F. [S. Freud, Obras completas, Amorrortu
editores, 24 vols.. 1, pág. 368. En lo sucesivo citaremos, de esta versión
castellana, con la sigla AE. y el número de volumen en negrita.]
[3] Citaremos la Standard Edition of the Complete Psychological
Works of Sigmund Freud, Hogarth Press, por la sigla SE y el
número de volumen en negrita.
[4] En Névrose, psychose, perversion, P.U.F. ["La
perturbación psicógena de la visión según el psicoanálisis", AE, 11,
págs. 209 y sigs.]